El conflicto entre Israel e Irán no es una guerra tradicional declarada, sino una compleja rivalidad geopolítica que se caracteriza por una profunda hostilidad mutua, guerras subsidiarias a través de grupos proxy, y tensiones que afectan toda la región de Oriente Medio.
La hostilidad entre Israel e Irán tiene sus raíces en la Revolución Islámica de 1979. Antes de esta fecha, ambos países eran aliados estratégicos bajo el régimen del Sha de Irán. Sin embargo, la revolución que derrocó al Sha e instauró la República Islámica cambió radicalmente la política exterior iraní, convirtiendo a Israel de aliado en enemigo acérrimo.
El conflicto se manifiesta principalmente a través de guerras subsidiarias o proxy. Irán proporciona apoyo financiero y militar a grupos como Hezbolá en Líbano, Hamás en Gaza, y diversas milicias en Siria e Irak. Estos grupos actúan como adversarios directos de Israel. Por su parte, Israel responde con operaciones militares contra estos grupos y ataques directos contra intereses iraníes en la región.
En abril de 2024, el conflicto experimentó una escalada significativa hacia la confrontación directa. Tras un ataque en Damasco atribuido a Israel, Irán respondió por primera vez con un ataque directo usando drones y misiles contra territorio israelí. Israel contraatacó con un ataque limitado en territorio iraní. Este intercambio marcó un cambio importante, pasando de guerras subsidiarias a enfrentamientos directos entre ambos países.
En conclusión, el conflicto entre Israel e Irán no es una guerra tradicional declarada, sino una compleja rivalidad geopolítica que se manifiesta principalmente a través de guerras subsidiarias y, recientemente, confrontaciones directas limitadas. Este conflicto constituye una fuente importante de inestabilidad en todo Oriente Medio, afectando países como Líbano, Siria, Gaza e Irak, y representa uno de los principales desafíos para el equilibrio geopolítico regional.